Pequeño encuentro de éxtasis emocional

Pequeño encuentro de éxtasis emocional - María Martín Recio

Descarga “Pequeño encuentro de éxtasis emocional” en tu formato favorito

Pequeño encuentro de éxtasis emocional

Lucía agarra su abrigo de algodón del perchero, hace días que las temperaturas no alcanzan las dos cifras. Mientras se asegura de apagar todas las luces, mira por el ventanal del salón. Encuentra increíble que a las seis de la tarde de un viernes, no transite un alma por su calle. Los árboles ahora desnudos dejan al descubierto fachadas construidas tras la segunda guerra mundial. En cada una de sus ventanas se aprecia el destello de la vida, que se refugia de ese exterior tan siniestro. Comprueba un par de veces que la puerta esté bien cerrada, se pone los guantes, pero no antes de mirar la pantalla de su móvil una vez más. No, no hay notificaciones.

 

En tiempos de pandemia no hay mucho que hacer, se dice Lucía, quien camina en busca de su amiga Petra para juntas ir a casa de Mariana. Desde hace semanas, siempre en una casa distinta, organizan cenas entre las cuatro o cinco amigas. Siempre cocina la anfitriona. Definitivamente, es el evento de la semana, ese evento que Lucía siempre espera, pues las restricciones del gobierno las dejó sin bares ni restaurantes. A tres manzanas, la espera Petra con su abrigo acolchado y gorro de lana desgastado por los largos inviernos. Se dan un fuerte abrazo, como si llevasen meses sin verse. Mientras se dirigen a su destino, Petra no aguanta y pregunta a su amiga:

 

—   Oye, me tienes que poner al día ¿Qué tal con ese tal Lucas? ¿Le has vuelto a ver?

—   Nada niña, nada. Resumiendo, hemos pasado de escribirnos y vernos a diario, a cero patatero. He intentado escribirle un par de veces para darle a entender que quiero seguir viéndole, pero bueno, veo poco interés en sus respuestas.

— Joder, la verdad que no me lo esperaba para nada, parecía monísimo. No tenía pinta de ser de esos que desaparecen sin decir nada.

—   ¿Sinceramente? Yo tampoco. Pero supongo que me ilusiono muy rápido, no leí sus mensajes entre líneas y mi gozo se hundió en un pozo. Estoy desentrenada, al final es el primer tío al que le echo el ojo desde que lo dejé con Fran. Se me olvidó cómo funciona todo esto.

—   Ni tú, ni ninguna de nosotras, por lo que compartes y por lo que nos cuentas, parecía interesado en ti. Él también podría haberse expresado de otra manera, porque ¡Vaya tela! Se ha quedado con todas nosotras. Pero tú ni te rayes, tú no has hecho nada mal… Neeeext.

 

Llegan a casa de Mariana y nada más abrir la puerta un olor entre pan recién sacado del horno e infusiones de canela invade sus fosas nasales, al mismo tiempo que les abre un agujero en el estómago.

 

—   ¡Hey guuuuurl! –exclama Lucía.

—   ¡Madre mía! –dice Mariana al abrazarlas– Estáis heladas, dejad las chaquetas, venid que os sirvo una taza de té, esta noche vamos a darlo todo.

—   A mí ponme una de vino doble –susurra Petra –vaya semanita he tenido, estoy hasta el coño de mi jefe, se supone que me han reducido la jornada a la mitad con esto del COVID, pero trabajo de ocho de la mañana a seis de la tarde cada día. Y hoy para ponerle la guinda al pastel, he tenido que lidiar con un cliente hasta las cinco y media, conociendo de sobra que no tiene ningún interés en comprar nuestro software, tan solo llama para dar por culo. ¿Quién carajo se creen? Y encima ahora no me pagan una mierda.

 

Las chicas se quedan pasmadas mirando a Petra, después de ese recital de tacos e irritación, parecía necesitar ese desahogo como agua en mañanas de resaca. Mariana vive sola, en realidad todas lo hacen menos Andrea, quien llega cinco minutos después que las últimas dos.

 

—   Hola, chicas –dice Andrea, envuelta en cinco capas de ropa–. Codito nenas, codito, que tengo miedo y no me siento bien abrazando a nadie todavía, lo siento.

—   ¿Cómo te las arreglas para llegar en bici con toda esa ropa? ¿Puedes girarte hacia los lados para ver si necesitas ceder el paso? –dice Mariana entre risas —.

—   ¡Hace mucho frío marica! ¿Me quieres viva o muerta? No hay forma humana de que me hagan subir al metro con ese virus merodeando.

 

A Lucía se le dibuja una sonrisa en la cara, siempre encuentra gracioso que su amiga colombiana utilice la palabra “marica” como coletilla para acabar cada frase, de la misma manera que ella usa la palabra “tía”. Se imagina el horrible malentendido que esto supondría en su país y vuelve a sonreír.

 

Andrea lleva una vida de película romántica, esas que echan en todas las televisiones durante las vacaciones de navidad y que acaban haciendo llorar a la mismísima Margaret Thatcher. Todo comenzó hace unos nueve años, durante su Erasmus –¿un clásico verdad? —. Se conocieron y fue todo un flechazo, ni ser de países diferentes fue un percance para ellos. A esto le siguieron uno o dos años de relación leal a distancia, hasta que ella pudo pagar la deuda que le dejó estudiar en una universidad estadounidense. Andrea apostó por el amor y sin dudarlo, se mudó al país de su chico. Desde entonces, no se han separado, han viajado el mundo entero, ambos son maravillosos, guapos, exitosos y divertidos —a veces, hablar de ellos produce nauseas—. Todas lo pasamos en grande en su boda el año pasado. Son lo que, a través de los siglos la sociedad ha calificado como un diez de diez, la historia de amor que toda madre sueña para sus hijos e hijas, esa misma en peligro de extinción.

 

Solo falta por llegar Lidia, que se ha despistado por el camino. Un jersey de cachemir negro en una tienda de su barrio la trae loca desde hace semanas y por fin hoy se lo ha comprado. Eso le cuesta un retraso de treinta minutos, pero todas lo respetan, hay que darse caprichos en estos tiempos y más con este frío.

 

Mariana descorcha una botella de vino para Andrea, Petra y ella, el resto beben infusiones. Unas bebieron demasiado en el confinamiento, otras como Lucía optaron por no probar una gota de alcohol. Todas se sientan en círculo. Mariana en una silla que lucha por no romperse, Lucía y Lidia comparten el sofá, Andrea se sienta más alejada del resto en un puff de cuero y Petra en un sillón con reposapiés, probablemente, la más cómoda de las cinco. Ninguna ha perdido su trabajo desde que todo empezó, algo muy positivo teniendo en cuenta la suerte que ha brindado este dos mil veinte contra el que siguen luchando. Lucía mira a sus amigas con admiración, grandes ejemplos a seguir, mujeres de este siglo piensa ella, mujeres independientes, trabajadoras, inteligentes, feministas, con estilo, curiosas, bonitas y lo más importante, mujeres con gran corazón, de esas a las que les mueve el amor por imposible que parezca. Mujeres sin miedo a equivocarse, mujeres tan fuertes como humildemente frágiles, mujeres capaces de resurgir de lo más profundo, reinventarse y derrochar alegría allá donde se las necesite. Todas tienen claro, que quieren tener éxito en sus carreras y ahí están, dándolo todo desde que salieron de la universidad, en un país en el nunca imaginaron vivir, con una lengua y cultura distintas, pero aún así, bien posicionadas en startups emergentes, con mucho futuro dicen los tabloides; y aunque por un momento al lector se lo parezca, el camino no ha sido fácil para ninguna de ellas.

 

Mariana es una especialista en aplicaciones para ligar, las ha probado todas, sabe cuáles usar según su estado de ánimo y con qué tipo de hombres interactuar —o eso es lo que ella cree—. Se le acumulan las solicitudes y los “me gustas” en Bumble, pero, aunque tenga muchas citas, nunca logra encontrar a su príncipe azul. Siempre ocurre lo mismo, la misma historia una y otra vez. Mariana suele descartar a los hombres por pequeños detalles y busca rápidamente una “mejor” alternativa en la que de alguna manera también termina encontrando fallos. Lucía piensa que su amiga tiene muchos filtros, pero en realidad, la envidia un poco. Mariana tiene tan claro lo que quiere tanto en un hombre como en la cama, ha dormido con más de setenta hombres diferentes y no se conforma con una cita mediocre. Todas admiran su confianza a la hora de tratar con el sexo opuesto, esa firmeza a la hora de mostrarse tal y como es, esa facilidad para quitarse la ropa y decirle a un desconocido cómo quiere disfrutar de ese momento tan íntimo. Sin duda, ella es toda una directora de orquesta y si no tocan su melodía al debido compás, no se rinde hasta que lo consigue, y si no lo hace, bye boy bye.

 

-       El otro día fui a casa de Álvaro por primera vez —cuenta Mariana—. No entiendo porqué nunca quería invitarme a su casa. Estoy segura de que vivir en un piso compartido con una cama de noventa, le avergonzaba un poco. Pero a mí, la verdad que dormir en una cama pequeña tampoco me importa, con esos músculos tan apretaditos y esa piel color chocolate, ¿para qué quiero más espacio?

-       He perdido la cuenta Mariana —exclama Andrea— ¿Quién era este Álvaro, el jugador de fútbol?

-        Joder Andrea —dice Mariana un poco defraudada— el matemático con el que he estado on y off durante varios años. Siempre nos acabamos distanciando, pero cuando estamos juntos es como si el tiempo nunca hubiese pasado.

-       Perdona, pero no es tan fácil seguirte el ritmo chica —le dice Andrea con retintín—.

-       Bueno, el caso es que el sexo es increíble, pero el chaval no entiende de sentimientos, es un cabeza cuadrada —Mariana suspira mientras acaba la frase—, parece mentira que sea brasileño.

-       ¿Y cuántos años tiene este? —pregunta Lidia.

-       Cinco y medio menos que yo —concreta Mariana, ya que no le gusta redondear a los casi seis años que se llevan. Eso le daría menos credibilidad ya que todas piensan, que cuanto más joven menos posibilidades de ir en serio.

-       ¿Y crees que podrías tener algo formal con un chico tan joven?  Con ese tan joven, me refiero a mucho más joven que tú. Me parece un poco irrealista que estés buscando una relación con tíos, que al poco tiempo acaban desapareciendo —remata Lucía, quien dolida con su historia con Lucas decide aguar las ilusiones de su amiga, en vez de animarla.

-       Pues yo no lo veo así —responde un poco a la defensiva Mariana— la verdad, que por primera vez este fin de semana me he sentido muy unida a él. Parecíamos dos adolescentes con las hormonas alborotadas alrededor de la casa; fue un no parar.  Me colé en su ducha y nos comimos enteros, nos secamos y seguimos en su habitación toda la tarde, uno detrás de otro. ¿Y lo mejor? Consigue que me corra repetidamente. Vamos… ¡Que regalaban orgasmos esa noche y me tocaron a mí todos!  Una pena que por la noche llegase su compañero y tuviésemos que parar. Pero, luego estuve con ellos en el salón charlando sobre la vida. Parecen muy maduros y con el futuro muy claro.

-       ¡Que suerte! —suelta Lucía con ironía.

-       ¿Y a parte de follar hubo algo más? —Pregunta Lidia con la boca abierta, a punto de masticar un pedazo de chocolate negro; después de que su amiga no haya dejado lugar a la imaginación con su descriptivo relato.

-       Sí claro, me quedé a dormir y bueno por la mañana me marché después de desayunar, no sentía que a él le apeteciera que me quedara allí más tiempo. Así que no forcé la situación y me fui.

-       ¿Has vuelto a saber algo más de él? — pregunta Petra.

-       No, la verdad que no le he vuelto a escribir —dice Mariana sin establecer contacto visual con ninguna, después se llena el vaso de vino hasta arriba y suspira.

 

Petra lleva un año y siete meses sin follar, Lucía va en camino a completar el año, su último polvo de mierda fue con su exnovio, justo antes de romper su relación de cuatro años. Las dos se miran y chocan los cinco orgullosas de su logro. Se ríen y bromean, aunque a veces esta situación de sequía les inspire alguna que otra lágrima. Petra se queja de vicio, porque la verdad sea dicha, ella no se lo pone fácil. Por mucho que extrañe el cariño de tener a alguien a su lado, compromete su vida a ella misma. Trabaja a tiempo completo y lo que deberían ser sus ratos libres, estudia un MBA. A estas alturas del año lleva veintisiete libros leídos y aún así, siempre encuentra un hueco para sus amigos. Ella no deja su zona de confort por nadie, o por lo menos, hace mucho que no lo intenta. A veces, incluso encuentra razones menores y triviales para no pensar en relacionarse con hombres, porque secretamente es feliz con las cosas tal y como están. Ella, sí llegará lejos.

 

-       ¿Qué tal todo con Felipe? —pregunta Lucía—.

-       Felipe sigue igual —exclama Petra— yo sigo enamoradísima de él, hasta el punto de que beso su foto de Zoom cada vez que tenemos clase juntos. Tengo que limpiar las babas de la pantalla de mi portátil varias veces al día. Pero él sigue con su novia. El otro día me dijo que era una de las personas más inteligentes que conoce y me fui directa al baño, llené la bañera hasta arriba y me di un buen homenaje con el Satisfyer a su salud.

-       Eres una maldita reina y lo sabes —le contesta Lucía— ¿Por qué no se lo dejas caer? Yo de ti le escribía algo así como, me acabo de correr pensando en tus palabras. Una vez el mensaje aparezca como leído, lo borras y le escribes ups, me equivoqué de conversación. Seguro que al principio se queda pálido, pero por la noche cuando se meta en la cama se pondrá súper cachondo y encima se sentirá mal, porque tendrá que usar a su novia para satisfacer tu fantasía.

-       Sí, claro ¿Algo más? Igual con un par de copas, pero no me gusta beber durante mis clases y para ser honesta, nunca podría hacer nada así, tampoco me gustaría estar con un hombre que le pone los cuernos a su novia; también podría hacérmelo a mí. No sé si podría vivir con ello.

-       Ahí te doy toda la razón —salta Andrea, apoyando incondicionalmente a su amiga.

-       ¿Cuánto hace que no abres Tinder o Bumble? —pregunta Mariana, que no entiende que su amiga no sea más proactiva, con esa linda cara y electrizante energía los traería a todos de calle.

-       Desde que empezó la pandemia le he perdido el interés a esto de quedar con tíos —dice Petra mientras le da el último trago a su copa de vino— no me va eso de tener citas por Facetime y tampoco me apetece ir a dar un paseo con un tío cualquiera con este frío, si al menos los bares estuviesen abiertos, podría ponerme un poco a tono con un par de gin tonics y desbloquearme. De hecho, mis vibradores me están dando unos momentos inolvidables. Por cierto, he descubierto una página porno, se supone que está más enfocada a mujeres, lo que sea que eso signifique, pero solo puedo súper recomendarla.

-       ¿Cómo se llama? —pregunta Lidia—. Llevo buscando durante mucho tiempo algo así, pero solo conozco las clásicas páginas y estoy bastante harta. Me cuesta la vida encontrar algo que me ponga cachonda rápido. Y no me refiero a una película de una hora con una trama especial, hablo de algo sutil y que dé en el clavo, sin tener que estar saltando de video en video, porque ninguno consigue excitarme lo suficiente. Siempre falla algo, paso más tiempo buscando el video correcto, que masturbándome y eso me frustra.

-       Pues se llama Bellesa.co, de nada chicas. —Fanfarronea Petra, que ha conseguido toda la atención de sus amigas— El martes me puse un par de videos mientras me daba un baño y los gemidos de la actriz principal, hicieron que los gatos entrasen al baño a ver qué pasaba. Hacía tiempo que no me sentía tan incómoda, con esos dos bichos, que decidieron no marcharse, los dos con los ojos clavados en mi vibrador que aún debajo del agua, hacía un ruido de cojones. Así que me tocó entretenerles, yolo.

 

Todas se echan a reír, pensando en los dos felinos, estorbando a su amiga en un momento tan íntimo.

 

Lidia no ha hablado mucho esta noche, se dedica a escuchar las historias de sus amigas, que la tienen bastante entretenida. Ella también usa aplicaciones para ligar, pero menos que Mariana, ya que tiene suficientes víctimas y verdugos en su lista de contactos. Probablemente, la más experimental de todas, frecuenta las famosas fiestas sexuales que se organizan en la ciudad. Le viene igual de bien compartir cama con uno que con diez. No le suele poner pegas a nada, tampoco cree en los géneros, esa palabra no existe en su vocabulario. Se ha enrollado con Lucía un par de noches de borrachera y no dudarán en hacerlo en un futuro, lo pasan bien, aunque no signifique nada especial para ninguna, el resto del grupo ya se ha acostumbrado a ello y no opinan.

 

-       Pues yo me piro una semana a Tenerife con Juan —deja caer Lidia, después de un largo silencio.

-       ¿Pero no lo habíais dejado? —pregunta Mariana, abandonando la conversación que estaba teniendo con Andrea.

-       Sí, hablamos de lo que pasó en Croacia, pero ya no me importa. Sé que no estamos hechos para estar juntos, así que lo hemos hablado y hemos quedado bien. Al final, antes de lo que pasó entre nosotros, éramos buenos amigos.

-       ¿Y crees que no vaya a intentar algo contigo durante el viaje? —pregunta Lucía incrédula— ¿No tienes miedo a que te pueda volver a hacer daño?

-       ¡Qué va! Lo hemos dejado claro e iremos en plan colegas —dice Lidia mientras se dirige al baño.

-       ¿Vais a compartir habitación, es decir, cama? —Pregunta Petra, que se huele la respuesta.

-       Sí —contesta Lidia a la vez que pega un portazo para cerrar el baño zanjando la conversación.

-       Yo alucino con la facilidad que tiene Lidia para lidiar con estos temas —murmura Mariana— no comprendo cómo puede meterse en la cama con alguien con el que ya se ha acostado y dormir tan panchos, como hermanos, sin ningún sentimiento de atracción o deseo ¡No quiero entenderlo!

 

Las chicas se miran en silencio, mientras escuchan a su amiga hacer pis. El baño está muy cerca, la puerta es fina y Lidia lleva tres infusiones de jengibre con limón. El sonido retumba en los treinta y siete metros cuadrados del apartamento de Mariana. Ninguna entiende cómo pocas semanas después de la ruptura con el que fuera algo más que su folla-amigo, tenga ahora el coraje de irse con él de viaje. Él fue un cabrón, no se comportó nada bien con ella, pero Lidia ha pasado página y no le apetece viajar sola. Juan no será el mejor compañero de vida, pero sí de viaje. Para Lidia eso es más que suficiente.

 

Lucía no tiene nada claro en la vida, pero dentro de ese desequilibrio y malestar, que le cuestan exactamente veinte miligramos de antidepresivos diarios, siempre consigue encontrar la calma y una razón por la que sonreír. Ella es una de esas mujeres que le es fiel incluso a un rollo de una noche. Su crush tiene que evitarla varias veces por la calle o en Whatsapp hasta que Lucía ose aceptar, que él ya no quiere nada con ella. La bonita relación de sus padres, la ha llevado a creer que tiene derecho a una vida de cuento de hadas. No se da cuenta de que las relaciones son un vínculo equilibrado y, que lo hermoso también va acompañado de sus imperfecciones. Los primeros meses de dos mil veinte no tuvieron piedad con ella. Una larga relación con su ex, con el que también compartía piso, acabó una noche de enero de manera repentina. Ella se marchó con lo puesto y nunca volvió. Bueno sí, volvía al apartamento a recoger sus cosas, pero solo cuando sabía que él no estaría. Tuvo suerte al encontrar un apartamento para ella sola en cuatro días. A la semana de la ruptura, dejó su trabajo en el que llevaba casi cuatro años, y aceptó una oferta laboral un tanto precipitada. A la semana de empezar en la nueva empresa, una pandemia mundial empezaba a sacudir Europa, dejándola totalmente aislada de un mundo que todavía hoy, no concibe como real. Ella es la típica persona que pide consejo a sus amigas para todo, la que necesita compartir pantallazos de sus conversaciones con hombres para que sus amigas juzguen y aporten su grano de arena. Le dará vueltas a la más mínima e insignificante cosa, odia que dejen sus mensajes en leído y contesten al día siguiente, también a la gente que no tiene el doble check azul en Whatsapp. Cree ferozmente en el amor. Lo ha dejado todo varias veces por la persona que creyó amar incondicionalmente. Se autoconvence de que este es su momento, pero que la pandemia le ha aguado la fiesta, en realidad su zona de confort es estar en una relación, pero ella nunca se lo dirá a nadie. Sus amigas lo saben.

 

-       ¿Entonces qué Lucía? —pregunta Mariana, quien mejor la conoce— ¿Cuándo vas a quitarte las telarañas? ¿Sigues hablando con Lucas? Ya va siendo hora de que deis un paso más y os dejéis de tantas cenitas inocentes, charlas y juegos de mesa.

 

Lucía mira a Petra con cara de tristeza, le molesta tener que volver a contar la misma historia, que le había relatado a Petra de camino a la cena. Hacía casi un año que le había prohibido a su corazón dejarse llevar. Se convenció de que necesitaba tiempo para sí misma y cumplió con ello.

 

-       Os voy a decir la verdad —dice Lucía llenándose los pulmones, antes de soltar el sermón que no le apetece nada—, se ha olvidado de mí de un día para otro. Vamos, un ghosting en toda regla. Y yo como una pava, detrás de su culo, completamente ilusionada y llena de mariposas.

-       ¿Pero no dices que viaja mucho por trabajo? —pregunta Andrea, intentando alentar a su amiga—, igual está muy agobiado y necesita tiempo. Además, dijiste que vino a verte un día cualquiera por sorpresa, y te escribe mensajes súper monos en Whatsapp.

-       Que no Andrea, que soy gilipollas y ya está. El tío estaba aquí este fin de semana y si no le pregunto yo si puedo verle, él no lo hubiese hecho. El problema es mío, llega el primero de la nada y ya me pongo tontorrona ignorando la desastrosa estadística del dating. Y mira que siempre intento responder sus mensajes pasado un rato, hasta procuro dejar un par de días de margen entre conversaciones, pero él siempre termina escribiéndome y no sabes la felicidad que me da ver su nombre en mis notificaciones.

-       Bueno, igual él también se ha cansado de ser el primero siempre, ¿no crees? —pregunta Lidia quien también quiere dar esperanzas a su amiga—. A los tíos también les gusta sentirse importantes para la otra persona, o eso creo. No seas tan dura contigo misma, igual ha aparecido la típica exnovia, así de la nada y de repente se ha sentido mal quedando contigo y ha preferido dejar de escribirte.

-       Sea lo que sea, me ha dado un bajón de autoestima brutal, tengo un problema y es perder el culo por el primer tío por el que siento un poco de admiración. Debería relajarme un poco más, ir con menos expectativas, en vez de luego crearme esta estúpida ansiedad que no ayuda a nadie. Al menos siempre tendré a mi ex, y no me refiero a Fran, hablo del que nunca desaparece del mapa, el que cada noche que lo necesito, siempre viene muy dispuesto a rescatarme con la más profunda de sus pasiones. Es lo que tiene la química, c’est la vie.

 

Son las once de la noche, Petra bosteza y todas se contagian. Llevan nueve meses sin salir de fiesta, casi nueve meses de sedentarismo justificado, cocinando, leyendo, haciendo interminables llamadas por Zoom, con gente con la que no hablaban en años. Antes quedaban para salir a las diez de la noche, ahora esa es la hora a la que se acuestan. No aguantan un asalto por pequeño que sea su peso. Petra tiene clase mañana sábado y el resto la usan como excusa para también marcharse, no pueden con su vida. Andrea se olvida de su política de abrazos. Besa en la mejilla a cada una de las chicas. Se despiden y cada una toma el camino más corto a su destino.

 

Lucía ve una pareja caminando de la mano a lo lejos y no puede parar de pensar en Lucas. No sabe si escribirle, si esperar a que él lo haga, si ignorar la situación como sus amigas le han comentado o acabar por llamar a su ex “El Salvador”. Se coloca sus auriculares para cancelar el poco ruido de la calle. No es lo que más le gusta hacer por la noche, pero no puede evitar sentirse amenazada, aunque la ciudad sea muy segura. Será la mala suerte de ser mujer, se dice. No puede evitar darse la vuelta en cada esquina que cruza, por mucha luz que desprendan las farolas, a una siempre le acompaña el estigma de que le pueda ocurrir algo. Tiene veinte minutos de caminata, no se ha llevado la bicicleta, hay veces que prefiere caminar y dejar volar su mente, para captar momentos que luego pueda plasmar en sus cuentos, porque Lucía a veces escribe.

 

Sus amigas se encuentran a medio camino de los cuarenta, ella se acaba de estrenar en la treintena. Las visualiza una a una en su cabeza, y no entiende cómo ninguna de ellas encuentra lo que busca, porque, aunque a veces no comparta las mismas opiniones y decisiones que sus amigas; para ella son todas tan especiales y perfectas en su imperfección, que se niega a creer, que no haya alguien ahí fuera, que todavía no las haya descubierto.

 

¿Será nuestra generación? Piensa Lucia. Alguien le dijo una vez, que era una chica muy ambiciosa en el buen sentido de la palabra. Aunque, a veces considere ese término como la antítesis de las relaciones de pareja, ya que hoy en día, ya nadie apuesta por una historia de amor y mucho menos dejarlo todo por alguien, mucho menos los hombres. Eso es algo que, por ejemplo, las tías de Lucía no entienden. Mujeres que rondan los setenta años y no comprenden que, a los treinta años de su sobrina, esta siga soltera y trabajando en otro país. Como si creer en el desarrollo de una carrera, viajar el mundo entero de la mano de tus amigos y vivir dignamente, no fuese suficiente. Todavía una mujer necesita casarse y tener hijos para demostrar su validez en esta sociedad.

 

“La gente ya no se quiere como antes”, Lucía puede escuchar las palabras de su tía. Pero ¿quién es Lucía para contradecirla? La joven evita expresar su visión de la mujer moderna delante de algunos familiares, para ahorrarse el drama. Qué bonito haber nacido en este siglo, piensa Lucía. Unos segundos más tarde, vuelve a pensar en Lucas. Por mucho que esté disfrutando de su soltería, dedicándole tanto tiempo a su cuerpo y mente, sabe que los seres humanos han nacido para vivir en sociedad, y aunque le cueste aceptarlo, echa de menos ese vínculo físico que se establece con alguien especial. ¿Dónde quedaron aquellas personas que se mueven por amor? Se pregunta.  Ya nadie confiesa el deseo por robar un beso, ya nadie llama para dar las buenas noches. Apenas se escuchan “te quieros”, a no ser que se digan al borde de un coma etílico.

 

Lucía llega a casa y se sienta en el sofá, abre su paquete de After Eight, enciende su Marshall y pone su lista de Jazz. Una inocente lágrima cae por su moflete izquierdo, intenta evitarla, pero sabe que si la suelta, acabará sintiéndose mejor.

 

¿Qué le ha pasado a nuestra generación? Se vuelve a preguntar. Andamos por las calles de una sociedad, que lucha constantemente en una batalla en la que mostrar la menor preocupación por el otro es sinónimo de victoria. Ignorar a la persona que deseas para captar su atención, es la nueva normalidad y dejar al desnudo tus sentimientos más íntimos ya no es valiente, ahora es algo abrumador. La gente teme correr el riesgo de mostrarse vulnerable y sincera a sus valores. Esperan una perfección que no existe, y se dejan engañar por las redes sociales o el cine, como si estos fueran los mesías de la felicidad más pura. Se ha normalizado el desprecio, los transeúntes se han vuelto tan cobardes que prefieren huir, ignorando el daño que puedan causar, al no proporcionar una simple y honesta explicación. Están perdidos, no saben hacia dónde se dirigen sus relaciones y les atormenta pensar que pueden estar perdiendo el tiempo, cuando lo que deberían hacer es simplemente vivir el momento. Se han vuelto demasiado estratégicos con sus respuestas. Contestar de inmediato a un Whatsapp o una llamada, se interpreta como desesperado o demasiado disponible. Cuando se encuentran cara a cara, luchan por igualar quiénes son a través de sus dispositivos, generando una innecesaria ansiedad, que convierte toda la situación en una tara social sin futuro conocido.

 

Después de soltar toda la rabia que ella misma se ha creado, Lucía arranca a llorar como si no hubiese un mañana. Se ha quedado sin pañuelos, así que su jersey le vale incluso para limpiarse los mocos, los que gracias a la gravedad resbalan por su labio superior tal cera caliente por una vela. Total, iba a poner una lavadora al día siguiente. Cuando por fin se calma, mira de nuevo la pantalla de su móvil. Tiene un mensaje de Lucas. Ha vuelto a casa, pero no tendrá tiempo de verla este fin de semana, quiere descansar porque en dos días tiene que marcharse de nuevo, dos. Pone el móvil en modo avión y se dirige al baño para llevar a cabo su rutina nocturna de tratamiento facial, uno de los hábitos que ha adquirido durante el confinamiento. Se pone el pijama y cansada se mete en su cama de un metro sesenta. Gira para un lado, gira para el otro y una noche más toda la cama para ella. No tiene ganas, pero sabe que, si lo hace, dormirá mucho mejor. Se levanta y trae su portátil a la cama. En el buscador de internet escribe www.bellesa.co mientras que con su mano derecha va palpando la cama en busca de su Satisfyer. Debe estar debajo de alguna de las almohadas. Cuando lo tiene en la mano pulsa el botón de alta velocidad y se relaja.

 

A los seis o siete minutos más tarde, todas las preocupaciones han desaparecido de la cabeza de Lucía, ya ninguna de las lágrimas que ha derramado valen la pena. Lucía sigue confiando plenamente en el amor y por el momento intenta ser feliz en este presente tan incierto, que le ha tocado vivir. No se imagina dejando esa ciudad fría, de avenidas vacías y pasiones efímeras.

María Martín Recio1 Comment